Ellos dos apagan la luz y encienden las ganas.
Locura, desenfreno, juventud: amor sin canas.
Se miran aunque no se ven,
se respiran y abrazados rien
tratando de no caer.
Ambos cuidan que sólo caiga aquello que les viste,
y él exhausto insiste en seguir siendo el dueño
de ese resuello que prefiere sentir a respirar.
Ella se marea, vacila y se recrea en la sensación
de frío y calor al mismo tiempo.
Cualquiera diría que está tiritando en pleno agosto,
por todo lo que tiembla su cuerpo.
Él susurra y acelera,
sonríe, baja la cremallera
o la sube para jugar.
Y ella desarmada le mira a la cara,
le besa en los labios y adicta a esos besos
y semidesnuda le da otra calada.
Instante de sudor, saliva y porcelana.
Metal, piel y ventana de la que llegan
las luces del garaje o del portal.
Está tensa o relajada, pero en su red.
Piensa mientras nada apoyada en la pared:
“Se atreve a rozar la barrera del seis,
mi número preferido.Sutil, insistente y delirante
juega a escuchar el número del diablo en su oido.”