Ser único. Ser feliz.

- Eso no es normal

- Lo sé. Pero, ¿quién quiere ser normal?

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Si fuera esto una película, estaríamos hechos al agrado del público

El patio de butacas estaba a rebosar, pero aún quedaban quince minutos para que comenzara la actuación. Como buenos españoles que éramos la mayoría de los allí presentes, teníamos escandalizados a una pareja de suecos con nuestro nivel de ruido. Cada cual gritaba más alto que el de al lado. Y los nervios estaban a flor de piel en aquella noche en la que debutaba mi amiga en un teatro de Madrid.
Desde el instante en el que supe que  para ella significaba mucho todo aquello, no dudé en organizar toda mi agenda en torno a aquel acontecimiento. Era una de mis prioridades estar presente el día en el que ella cumplió uno de sus más ansiados sueños, porque se mire como se mire, no se puede presumir de una amiga actriz todos los días.


Fui al teatro sola, eso sí. Aunque estuve a punto de ceder ante la insistencia de esa aspirante a actriz tan pesada que yo tenía por amiga, que me aconsejaba que abandonara el orgullo e invitara a ese tipo que me había robado el corazón una vez. Pero finalmente no le llamé. Quise convencerme a mí misma que ya no le echaba de menos. Y ante los reproches de mi amiga, argumenté a mi favor que  de invitarle a él tendría que haber invitado también a ese delirante encanto del que nunca se separa, y  mi enconomía ya no daba para comprar tres entradas. Ante estas escusas baratas, ella me puso pucheritos, y como se le da tan bien actuar, improvisó  el típico sermón que dan las madres, por el hecho de ser madres, para que sus hijos entren en razón:

-     Me pones de los nervios intentando evitar lo que sientes. Tienes que afrontar la realidad. Tirarte a la piscina como solías hacer. No permitiré que te quedes mirando desde el bordillo cuando sabes que él ha vuelto a nadar ,y sólo quiere hacerlo contigo. ¿Qué te cuesta llamarle? Ni siquiera tendréis que hablar porque estaréis viéndome hacer el ridículo...
    +   ¿ Tengo que recordarte que él dijo que ahí acababa todo? Yo terminé con lo nuestro, pero él fue quien, mirándome a los ojos, me dio a entender que ya no sentía nada. Parece que no recuerdas que, a pesar de que salieron esas palabras de su boca, yo no quise asumirlo y seguí atontada por su culpa durante meses. Por aquel entonces, me decías que tenía que olvidar, que no había otra solución. No puedes hacerme creer ahora que él quiere verme.
-  Yo no te tengo que hacer creer nada. Yo sólo te digo que  la vuestra es una historia de amor de dos auténticos cobardicas. No hacéis otra cosa que esconder lo que sentís y sinceraros conmigo. Si alguno de los dos fuera valiente, no estaríais ambos como tontos ideando formas de que yo os hable del otro. Erais felices juntos, eso se veía a la legua. Pero siempre os ha encantado complicaros la vida por miedo a enamoraros.
+ ¿ Enamorarnos? Eso son palabras mayores. No te voy a negar que le echo de menos, aunque duela tanto admitirlo. Pero, en cualquier caso, fue él quien dijo la última palabra. No entenderá nada si le invito al teatro.
- No soporto cuando sacas tu razón por encima del corazón. El invierno y la rutina te tienen desentrenada en eso de improvisar y guiarte por los impulsos. Intentas mantener la cabeza fría a toda costa, querida. Pero tanto tú como yo sabemos que no es posible mantener la cabeza fría mientras el corazón arde. Y yo, como narrador omnisciente que todo lo sabe y controla entre los dos, te digo que si algo hacen vuestros respectivos corazones es arder en deseos de encontrarse - dijo bromeando.
+  ¡Serás payasa!
-   Se te pone una cara de tonta cuando hablamos sobre el tema que no es muy difícil ser todopoderosa y saber a la perfección lo que sientes. Respecto a él, últimamente está muy pesadito contándome lo que solíais hacer juntos. Así que, como no os olvidéis de el orgullo y esas idioteces ,te juro que seré yo misma quien tome cartas en el asunto.

Por supuesto, cuando mantuvimos esta conversación dejé claro que, a pesar de que me alegraba pensar que él me echaba de menos, yo no iba a llamarle.


Así que, me encontraba sola en aquel teatro. Sola, pero  tan arreglada que daba la sensación de que tenía la cita de mi vida. No me pinté, porque tampoco era cuestión de ir vestida como a la ópera, y el maquillaje y yo no acabaremos de llevarnos bien nunca. Sin embargo, me puse el vestido azul y me recogí el pelo.
Aún quedaban diez minutos para que comenzase la función, cuando volví de vagar por mis pensamientos. Decidí sacar del bolso esa libreta que me regalaron cuando acabó el verano con el pretexto de que la inspiración puede llegar en cualquier sitio. Me gustan mucho las estupideces que escribo en esa libreta sobre las cosas que me sorprenden en el día a día, porque agrupando algunas de esas estupideces alguna vez consigo escribir algo con sentido. Observé que a mi alrededor había mucho sobre lo que escribir. Con el bolígrafo en la mano caí en la cuenta de que quizás en un teatro se esconden tantas historias como personas aguardan ansiosas a que se levante el telón y empiece la función.


Observé cuidadosa para plasmar la realidad en el papel, pues me apetecía escribir algo realista. Estaba cansada ya de que el amor se apoderara de mis historias aún cuando éste se había dignado a abandonarme a mí. Entre toda esa multitud, encontré personas de lo más variopintas. No obstante, me llamó bastante la atención que, entre las abundantes parejas que habían decidido pasar la noche en el teatro, había más infelicidad que disfrute y plenitud. Quise achacar esa infelicidad que tantos desprendían, aunque trataban de enmascarar, a la crisis, o al frío. Sin embargo, pronto comprendí que la rutina invade tantas vidas occidentales a día de hoy, que a menudo no nos damos cuenta del daño que hace en algo tan alocado como el amor hasta que poco queda de su esencia. Ver tantas parejas apagadas cuyos corazones  ya no ardían por culpa de la obsesión por mantener la cabeza fría y mostrar entereza cuando nos invade el instinto, me hizo pensar en él otra vez. Me quedé embobada  mirando a un tipo que era bastante atractivo que,por alguna razón que se me escapaba, me miraba intensamente. Me pareció que me sonaba de algo, pero estaba demasiado lejos para reconocerle. Vestía bastante elegante, y me dio la sensación de que haríamos buena pareja.

Él me pilla infraganti y para mí comienza a ser incómoda su penetrante mirada, así que bajo la cabeza haciendo que escribo algo en la libreta. No quiero que piense que le miro demasiado, así que mantengo la cabeza gacha.  Pasados unos segundos siento que me pica la curiosidad y tengo que comprobar si sigue mirándome. Siempre me perdieron los tipos con aire desenfadado que se atreven a ponerse traje. Esa combinación es explosiva para mi, lo sé. Así que miro. Y me encuentro su mirada de lleno casi perforándome. Me asusto un poco. Él se levanta de su butaca y parece decidido a acercarse. Justo entonces la luz comienza a hacerse tenue en todo el teatro. Yo me giro como si no me hubiera dado cuenta de todo aquello y simplemente me dispusiera a disfrutar de la función. Alguien me toca la espalda a modo de llamada, y yo me sobresalto. Finalmente me giro esperando encontrarme al tipo sexy de la mirada penetrante, pero en realidad es una señora rechonchita y bajita la que tiene algo que decirme:

-   Perdona que te moleste chiquilla, pero un tipo me ha dado esto ahora mismo y me ha indicado que es para ti – dijo en un tono casi inaudible y me dio un papel.
+  Muchas gracias.- le contesté.

Quizás no está demasiado bien salirse del teatro justo cuando va a comenzar la representación, pero todo aquello me tenía desconcertada. Así que salí. Abrí el papelito en el que sólo ponía : “ sabía que ibas a salir”. La verdad es que me indignaron bastante esas cinco palabras, pero no me dio tiempo a manifestar mi enfado porque justo cuando levanté la vista allí estaba él. En cuanto aquel tipo trajeado se me acercó un poco, le reconocí. Estaba más guapo que la última vez que le vi, pero olía igual de bien que siempre. Sentí una mezcla entre alegría, dolor  y cabreo al verle. Me cabreé momentáneamente con mi amiga por haberle llamado, pero rápidamente comprendí que ella sabía que los dos necesitábamos aquel encuentro de una vez por todas. Se acercó más y no pude evitar mirar su corbata. Había decidido ponerse una corbata con copitos de nieve. Justo entonces me entró la risa y me reí sin mesura ni freno posible. ¿Pero quién en su sano juicio se pone una corbata con copitos de nieve? Me oigo reír a mi misma por primera vez en bastante tiempo, y él se da cuenta de que me río con él y no de él. Aún así, esta más guapo de lo que recordaba. Me hace un repaso de arriba a abajo y sonríe. Entonces siento unas fuertes ganas de abrazarle de nuevo, y no me lo pienso dos veces. Él me coge entre sus brazos y me aprieta fuerte contra sí. Justo en ese instante, como si los dos fuésemos los protagonistas de una película, el silencio se ve invadido por un fuerte aplauso. Permanecemos abrazados unos instantes, y aunque ninguno de los dos parece echar de menos demasiado las palabras en ese preciso momento, él se decide finalmente:

-  Muy guapa estás tú ¿no? A ver, dejame verte pequeña. Siempre pensé que el azul te favorecía.
+  Muchas gracias. A mí me encanta tu corbata.
-  Sabía que esta corbata no fallaría- hizo una pausa y yo me di cuenta de que la corbata había cumplido perfectamente su función devolviéndome la risa enseguida.- Creo que no deberíamos de hablar de cosas tristes ni aburridas, es más creo que deberíamos 
+  Pero, ¿qué? Veo que sigues estando igual de loco. ¿A dónde me llevas?- dije mientras él tiraba de mí.
-  Creo que es mejor que desaprendamos lo poco que creemos saber el uno del otro, así que ¿por qué no volvemos a encontrarnos casualmente?
+ Perfecto, es una idea estupenda – me alucinaba cómo actuaba, creo que todo aquello le convirtió en alguien más irresistible si cabe. - Todo esto parece sacado de una película, no hace falta que...
- Ey, ey, ey. Esto es la realidad. Si esto fuera una película, estaría lloviendo a cántaros y nos besaríamos apasionadamente tras confesarnos el amor mutuo. Si esto fuera una película, después de esto vendrían los títulos de crédito, pero yo lo que te estoy proponiendo es justo lo contrario. No te propongo una reconciliación con final feliz, sino un principio desde cero. Si esto fuera una película, para ser felices tendríamos que comer perdices, y ni siquiera sé si te gustan, así que el único ingrediente que usaremos para tratar de ser felices será la improvisación. Yo te propongo que entre nosotros nunca haya nada que se presuponga, y que sorprendernos y cuidarnos el uno al otro sea lo que más nos preocupe. Si esto fuera una película, ahora mismo todos los espectadores estarían enternecidos por todo esto que te digo con toda la sinceridad del mundo. Pero como esto es la vida real lo que yo te propongo es que en esta historia disfruten siempre más los implicados que los espectadores, porque si tratamos de vender a alguien que somos felices al final podemos olvidarnos de preocuparnos por serlo. ¿Qué me dices?
+ Ven aquí – le estrujé lo más fuerte que pude contra mí.
-  Además yo no quiero para nada a la protagonista de una película, yo lo que quiero es a la escritora. Así que somos nosotros los que escribimos nuestro destino. Sólo tu y yo.


Quise enseñarle entonces mi libreta llena de apuntes, para que viera algo en particular. Cogí la libreta y la abrí por la página en la que había estado escribiendo sobre la gente del teatro.

+ Mira, esto lo escribí antes cuando me mirabas desde la lejanía.
-  “Definitivamente me gusta el chico del traje y la mirada penetrante” - leyó y subió la mirada  algo cortado.
+  Se me olvidó añadir que  no es que me guste el chico del traje y la corbata de copitos como chico, sino que me gusta como persona.
-  Me siento halagado querida escritora- sonrió- pero ¿hay algo que quieras decirme con eso
+ Quiero decirte que me entraste por los ojos ahí dentro, pero que algunas veces los amores caducan si nos enamoramos fijándonos sólo en lo de fuera, pero sé que de ti lo que realmente me atrae es lo que eres por dentro. No dejaré que esto caduque, porque fuera esto o no una película nadie entendería que te dejara escapar con tu corbata de copitos de nieve.
- Lo sé es una corbata irresistible.



Mi amiga se lució aquella noche tanto en el escenario como fuera. Gracias a que esa actriz nos empujó a que iniciáramos nuestra historia completamente distinta a las películas, seré feliz.



Pauli.


Si tu corazón arde por alguien o por algo, pregúntate si es bueno para ti eso que anhela antes de extinguir las llamas con la frialdad de tu razón.


“ El amor es locura, no sabiduría”

jueves, 10 de noviembre de 2011

Hasta Lujuria esperaba a que alguien reaccionase por ella


 Te presento a Lujuria, mi vecinita de arriba.

Lujuria era tan tentadora que cada vez que él la veía meter la llave en el portal,le daban ganas de apresurarse a bajar los ciento cincuenta y un escalones que separaban la puerta de su querido piso del centro, de la mismísima calle. Soñaba con ese encuentro, teóricamente casual, que en realidad llevaba planeando desde que ella se mudó a aquel antiquísimo edificio una mañana de mayo. Aún le resulta vergonzoso cuando se acuerda de la cara de tonto que se le quedó cuando se enteró de que aquella delirante chiquilla había alquilado el piso de Doña Purificación: la viejecita de los seis gatos que llevaba viviendo justo encima de él al menos tres años. El mítico ruido del andador de Doña Purificación que tantas mañanas de domingo había acrecentado el dolor de cabeza que caracteriza a la resaca fue sustituido, aquel mismo día de mayo, por el sonido de cientos de pares de tacones que aquella nueva inquilina poseía y coleccionaba para lucir día tras día y noche tras noche.







Cada día ,a la misma hora, la veía volver a casa contoneándose con aires de muchachita impregnada de juventud. Se deleitaba viendo como aquella chiquilla siempre olvidaba sacar las llaves antes de llegar al portal, con lo que después malgastaba dos o tres minutos buceando en las profundidades de sus, a menudo, gigantescos bolsos tratando de encontrarlas. Era Lujuria de esas chicas que ni son perfectas, ni quieren serlo. Y era justo ese aire de mujer despistada lo que a él más le inquietaba de ella.

Como Lujuria nunca usaba el ascensor, siempre pasaba por delante de su puerta dejando el rellano impregnado de su aroma. Y a él le encantaba ese olor, pues Lujuria no usaba el clásico perfume extremadamente dulce que huele a una mujer cualquiera, o al menos a él le parecía que el aroma de aquella mujer, aunque arrebatadoramente dulce, tenía un regusto ligeramente picante. Le parecía adictivo, delirante, penetrante y sugerente a la vez que alegre y refrescante. Casi le daba la sensación de que ese perfume que ella usaba mandaba una serie de mensajes subliminales al mundo. Además estaba seguro de que, de ser así,él tenía un receptor perfectamente sincronizado con esos mensajes, pues cuando la olía pasar,sentía ganas de subir tras ella y dejarse de vergüenzas absurdas.

A él sus amigos le habían hablado de ciertas técnicas infalibles para tropezar con ella y dar pie a que surgiera el amor entre los dos. Sin embargo, de momento había preferido permanecer en el anonimato. Sabía que no era mala idea usar la típica escusa de película en la que un vecino que se ha quedado sin sal sube a casa de otro vecino a por un poco. Y es que, tanto literal como metafóricamente eso podía resultar cierto: su vida andaba algo sosa desde que la monotonía se presentó entre su novia y él. Aunque claro, esa chica ya no era novia ni era nada, pues ambos se eran infieles y muertas estaban ya hasta las miradas. Así que no se sentía demasiado culpable por desear más a Lujuria que a la chica que mantenía como novia.

Así, sin demasiado cambio, pasaron los meses y desde la lejanía él iba aprendiendo poco a poco de ella: Lujuria su vecinita de arriba.



Lujuria no llega a la hora. Algo cambia, no sigue igual

Una buena tarde de mediados de septiembre, tras acabar de una vez por todas con la absurda relación que mantenía con aquella chica a la que ya no deseaba, él salió al balcón como cada día esperando ver a Lujuria entrar en el portal. Sin embargo, quedó extrañado al comprobar que prácticamente se había acabado ya el pitillo que solía fumarse a aquellas horas, y ella aún no había aparecido por allí.
Entre aquellos pensamientos se encontraba, cuando oyó de repente un fuerte estruendo que provenía del balcón de arriba. Lo primero que se le vino a la mente fue la idea de que alguien estaba robando , pues le pareció inimaginable pensar que ella estuviera ya en casa. Sin embargo, sus dudas se aclararon enseguida cuando una serie de gemidos consecutivos llegaron desde aquel balcón. Al parecer Lujuria había llegado antes a casa, y además lo había hecho acompañada.


Algo dentro le dolía mientras oía los gemidos de Lujuria entremezclados con la brisa de aquella tarde. Fue quizás para él aquel el peor día desde hacía mucho tiempo, y no precisamente por la ruptura con su novia, aunque ésta también sucedió aquella tarde. No tenía razones lógicas para sentir celos de aquellos sonidos, pero la lógica no tenía que ver nada con todo aquello.
Sabía que Lujuria era una mujer deseable, pero nunca había podido imaginarse que escuchar la dulce voz de ella le hubiera afectado tanto. No supo muy bien a qué atenerse. Confuso, triste y desorientado se quedó en el balcón con aquel sonido de fondo y fumándose la tarde a base de hacer oídos sordos.
Dos copas de ron y medio paquete de tabaco después, aquel sonido parecía haber cesado. Y el silencio reinaba de nuevo en aquel bloque de edificios del centro de la ciudad. Sin embargo, tan sólo unos diez minutos después, unos gritos terriblemente fuertes le sobresaltaron, pues procedían claramente del piso de arriba.

  • ¡Sal de mi casa ahora mismo! ¡¿Me oyes?!
  • Relájate, ¡no es para tanto!
  • ¡ No me digas que me relaje! ¡ Es increíble! ¡ Eres un cabronazo integral! ¡ Sal de mi casa ! ¡ No quiero volver a verte nunca!
  • Sólo eres una guarra barata, como todas las demás. Así que no me seas exquisita porque yo puedo hacer lo que me venga en gana.
  • Ya te gustaría a ti que yo fuera como todas las demás. Si quieres una puta verifica tu agenda, porque te has equivocado de número.

Lujuria le cerró la puerta en los morros a aquel tipo, y dio un portazo que tembló todo el edificio. Desde el piso de abajo, él no supo como sentirse pues de alguna manera el dolor de Lujuria en aquellos momentos se le quedó clavado muy hondo. Hasta le dieron ganas de ponerle la zancadilla a aquel tipo para que rodara por las escaleras. Sin embargo, se vio sin fuerzas para hacer nada.
Los sollozos de Lujuria fueron lo único que se oyó durante varias noches en aquel edificio de pésima insonorización, que estaba en centro de la ciudad.



Lujuria está triste y baja en ascensor

Desde aquella tarde Lujuria había dejado de ser la misma: no se ponía zapatos de tacón que hicieran retumbar el suelo, ni iba por la calle con una sonrisa contagiosa. Pero lo más llamativo para él fue que desde que Lujuria se puso triste dejó de inundar la escalera con su perfume picante, pues decidió que usar el ascensor le permitiría no desperdiciar esas valiosas fuerzas que necesitaba para llorar y desahogarse.
A él estos cambios en ella también le entristecieron bastante. Sobretodo que hubiera cambiado la escalera por el ascensor, pues desde hacía tiempo no olía ese evocador perfume. Así que, un día como otro cualquiera, decidió llevar a cabo el encuentro “casual” que tanto tiempo había estado planteándose. Sólo quería volver a respirar ese perfume, aunque fuera durante los diez segundos que tardaba el ascensor hasta su piso. Así que, controlando a la perfección los horarios de ella, decidió esperarla en la esquina anterior a la casa y andar con ella hasta el portal donde subirían juntos en el mismo ascensor.
El plan iba sobre ruedas, y Lujuria parecía no haberse dado cuenta de que él era su vecino. Sin embargo, cuando ya estaban dentro del portal esperando al ascensor, Lujuria se dirigió a él sonriendo:

  • ¿ Sabes una cosa?- le dijo mirándole a los ojos como si entre los dos hubiera total confianza.
  • No... dime...- dijo bastante cortado pues no se esperaba para nada aquella extraña situación.
  • Puede que tú creas que me conoces a la perfección- hizo una pausa, él comenzó a ruborizarse pues creía que ella había descubierto que él se había enamorado de ella sin apenas conocerla- pero en realidad yo sé mucho más de ti.
    Él no cabía en si de asombro
  • ¿Qué quieres decir? No entiendo nada...
  • En realidad yo me mudé aquí porque me enamoré de ti...- hizo otra pausa. La situación para él había dado un giro de 360 grados en apenas unos segundos- Tiene gracia ¿verdad? Por alguna extraña razón tú y yo conectamos, porque ambos no hemos enamorado el uno del otro a simple vista y lo hemos mantenido en secreto durante meses por miedo a no ser correspondidos. La vida es tan absurda. Nos pasamos el día esperando a que pase algo que lo cambie todo. Esperamos a que alguien reaccione por nosotros y nos aterroriza fracasar. Y esto no lo digo yo, lo he leído en varios sitios. Pero es que es totalmente cierto, no reaccionamos, no tomamos las riendas de nuestra vida, o si lo hacemos a veces es demasiado tarde...
  • ¿Quieres decir que tú sabes desde hace tiempo que estamos enamorados el uno del otro...
  • Sí, lo que pasa es que no era el momento de desvelarlo todo. Es importante que las cosas pasen cuando tengan que pasar, porque si se fuerzan es difícil que funcionen. - sonrió- ¿ No piensas que soy una psicópata por mudarme a tu edificio?
  • Al fin y al cabo yo estaba haciendo un poco lo mismo...

Al fin llegó el ascensor. Él le abrió la puerta y enterrando la vergüenza añadió:
  • No se me ocurre ningún lugar mejor que este ascensor para que empiece lo que ambos estamos deseando.
  • Estoy totalmente de acuerdo, estaba esperando impaciente que dijeras justo eso.



Seducción en el ascensor. Lujuria, la vecinita de arriba fue seducida por el fumador del balcón. Al fin él puede tocarla, degustarla. Poco a poco ella se entrega. En el ascensor se respira ese perfume tan picante, tan ardiente. Los vecinos hacen oídos sordos, porque debido a la nefasta insonorización del edificio, en todos y cada uno de los pisos se oye a esos dos vecinos. Lujuria maulla como uno de los gatos de la señorita Purificación y él puede sentir que su corazón renace, su sangre se enciende y sus cinco sentidos disfrutan sintiéndola temblar.





….


A medida que fui escribiendo esta historia, me di cuenta de que en ella quedaba reflejado como tus cinco sentidos se van aventurando a amar a una persona: la ves, te entra por los ojos. La hueles, te hechiza su olor. La escuchas, conoces su historia, su alma. La tocas, la achuchas, la estrujas, comienza el contacto físico. Entonces sueles decidir que saborearla te apetece tanto que simplemente ocurre. Una vez se haya forjado confianza entre las dos personas podrás sentir a Lujuria.

Hablo de amor. Cada pareja es un mundo, pero si Lujuria se hace la facilona porque está triste y ha dejado de creer en el amor, piensa que sólo la degustarás una noche. Algunos quieren Lujuria transitoria, y otros buscan amor.


“Sentir temblar junto a ti a aquella persona por la que temblabas con sólo oír su nombre”




Pauli.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Titulado: morbo embotellado

Embotellaba el morbo y luego me tentaba con él. Dulce tentación aquella, aunque terroríficamente similar a la que puede sentir  un alcohólico con vodka embotellado. Dicen que para medir el grado de dependencia que sufres es conveniente observar hasta cuantos grados llega tu tolerancia, y a menudo me asombraba hasta dónde podía  subir la temperatura entre los dos sin que ninguno quisiera separarse. Él siempre esperaba a leer en mis ojos la sequía para sacar sus armas y rozarme con sus ganas, que aunque ahogadas por las circunstancias, parecían verdaderas. Y probablemente me atraía justo eso: el quiero y no puedo. El no saber cuando iba a atacarme por sorpresa. Pues era buen estratega, y yo lo sabía por experiencia. Antes solía planear ataques  tan efectivos que me dejaban rendida y desarmada, aunque nunca conseguía que vencer fuera fácil: ante todo  yo no iba a dejarme ganar así como así, sobretodo porque cuando más disfrutábamos era jugando.




Sus ojos brillaban cuando yo sonreía, aunque él sabía que esa sonrisa ya no era para él. Solía emborracharse y usaba el alcohol en sangre como excusa para ganar terreno, porque con o sin intenciones, le gustaba sentir mi sangre helada junto a la suya hirviendo los sábados por la noche. Le gustaba también jugar. Sabía siempre cuando le estaba mirando, porque entonces y sólo entonces, mostraba los restos de carmín en su cuello. Un carmín que no era mío, y que aunque a menudo seco, a mi me hacía de rabiar. 
Yo rabiaba, y él disfrutaba de esa rabia que a mi me hacía recordar. Le gustaba verme enfadada, y hacía como si nada cuando me veía mirar. Pero  a mi también me gustaba la carita que ponía cuando la que jugaba era yo, aunque entonces solía enfurruñarse y mirarme desafiante.


 Alguna vez, se acercó a decirme que eso era juego sucio, y después me estrujó entre sus brazos a modo de tratado de paz. Además, aquellos tratados fueron impresos con tanta tinta como ganas de disfrutar del juego, pero yo nunca  firmaba la paz porque sabía de sobra que tras mi rendición vendrían los cañonazos.  Así que, solía quedarse  mirándome con  ganas de rendirse y hacer el amor de una vez, con ganas de no más guerra . Incluso me ponía ojitos de dejar urgentemente paso a la lucha de almohadas, sábanas y colchones entre las estrategias para ponernos celosos y esas estupideces. Pero al fin y al cabo  jugábamos los dos, y aunque a veces dolía, también nos deleitábamos con las victorias propias.

Alguna vez sus ojos confesaron que las noches en las que me daba por bailar le apetecía enterrar el orgullo, pero siempre se limitaba a mirar desde lejos con una copa en la mano y una media sonrisa en la cara,  que yo no sabía muy bien que hacía ahí dibujada. También  se irritaba cuando veía mis medias rotas imaginando quién podía habérmelas destrozado a base de noches de infarto. Aunque en el fondo, quería pensar que no era más que mi despiste natural, el culpable de mi falta de glamour constante. Así que, casi siempre,le gustaban más mis medias rotas que mis medias enteras, ya fuera porque se me hubieran roto a mí, o porque las hubiera roto él en algún momento. Lo que no le hacía demasiada gracia, era la idea de que yo hubiera dejado a otro que me rompiera las medias o me despeinara más de lo estrictamente necesario.
Por mi parte, más de una vez me daban ganas de saltarme las normas, las palabras y las barreras, pero siempre recapacitaba a tiempo, aunque luego me sentía idiota por recapacitar tanto si yo  le quería conmigo. 

Yo sabía de sobra que a mi no me iban los  típicos tipos que trataban de seducirte siguiendo un procedimiento que siempre se repite, esos que no salen de la rutina ni para ligar. Y esta visto que no está de moda sorprender, así que esos tipejos prepotentes que se creen  que te hipnotizan con un par de guarradas preparadas, por desgracia abundan. Pero nunca fue ese su rollo, incluso creo que ni siquiera fue seducirme su primera intención, pero lo hizo a la perfección. Despacio, como mejor van estas cosas, dejando en el aire todo, pero cuidando que no murieran mis ganas en ningún momento. Siempre me tienta y me provoca, y de su boca sólo salen palabras que son sugerentes a más no poder. Y cuando me preguntan que es lo que a mi en un chico me importa, siempre explico que  así es como más me gustan los hombres: esos que te atontan cuando tienes los ojos cerrados, porque el amor es ciego y lo otro sólo es atracción ligada al sexo. Así que no niego la atracción, pero reafirmo que al corazón sólo llegan  realmente las cosas que no se ven. Quiero decir que cierto es que por mucho que a mi me seduzca lo de dentro, también se me cae la baba con lo de fuera, pero solo eso, la baba. Para que se me caigan los principios la razón y la ropa, a mi ya no me vale con una cara bonita. No es cuestión de encontrar un tipo guapo a rabiar que sepa pasar y enloquecer a toda mujer que ande cerca. Sé  que a quien  quiero es a él, que sólo me vuelve a mi loca, y que sabe como hacer ,que tan sólo un amanecer  me coloqué más que cualquier copa. Nunca quedé absorta sólo por sus ojos, su boca o su piel, él  supo hacer que me obsesionase con sus ansias de vivir bien, mientras sugería que como yo quedaban pocas.
Y que le voy a hacer, si él entre líneas sabe leer,y a mi me gusta escribir,aunque sea algo inusual de hacer. Pero, a él no le horrorizó que yo llenara folios de absurdas palabras mejor o peor escritas, no le gustaba lo normal, ni la perfección, ni aún menos las señoritas que con de aguja un tacón aparentan ser divinas del montón de la mujer fatal.



Me demostró siempre que él  sabe incinerar mi prudencia, y esperar con paciencia a que me rinda y me deje llevar. Porque del seducir hace ciencia, con esa labia y elocuencia que por raptarme las palabras, me deja sin hablar. Él. Quien, quiera o no, me deja sin sentido, y desde que le he conocido, poco es igual.  Él. Que cuando al fin se atreve a besarte, disfruta del plan de lo no planeado, que sólo con tenerte al lado, suspira y pide más. Él. Que con un beso hace arte, y dejando lo vivido a parte, a diario me pregunto hasta cuando vamos a jugar.

Pauli.

muerde la vida

HAIRCUT from MAMMOTH on Vimeo.